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Existía un espíritu invisible que se movía sigilosamente a través
de nuestras vidas en Wall Street en los años ochenta. Las compras apalancadas
eran una parte de ello. Nunca supe determinar completamente qué estaba mal.
Era como si hubiese demasiado dinero sucio. Mientras este se hacía más
y más poderoso invisiblemente, la manera en que las compañías
eran financiadas, compradas y vendidas, crecía fuera de control. El sentido
común y la humanidad parecían escurrirse y a medida que el bienestar
personal de las personas con información privilegiada crecía, también
aumentaron las mentiras.
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Catherine Austin Fitts,
Directora ejecutiva y miembro de la junta directiva de Dillon, Read & Co. Inc.,
1988. (Foto cortesía de Catherine Austin Fitts) |
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Parte de lo que estaba sucediendo dentro de Dillon Read tenía que ver con
la diferencia en la manera de hacer las cosas que existía entre Nick Brady
y John Birkelund. Cuando Nick quería que yo hiciera algo, el solía venir
y decir algo así como: “Mira, necesito que hagas esto y pares de hacer
lo que estás haciendo ahora y no puedo decirte por qué. Solo necesito
que seas un buen soldado y lo hagas”. Su franqueza tenía cierto encanto
y entonces haciendo caso al espíritu de un buen soldado, renuncié a
varios tratos o ideas que podría tener un gran éxito comercial. Por
alguna razón, Birkelund no se sentía cómodo utilizando este enfoque
tan directo y por lo tanto las situaciones se veían envueltas en problemas
complejos ocasionados por intrigas de oficina .
Por ejemplo, cuando los socios de Dillon Read vendieron la firma en 1986 a Travelers
- tres años después de comprar nuevamente nuestras acciones a Bechtel
-, Birkelund se acercó a mi oficina y me preguntó mi opinión
sobre el trato. Yo le dije que el trato ya estaba hecho y que mi opinión, teniendo
en cuenta que era una de las socias más nuevas, era irrelevante. Pero él
insistió: de verdad quería saber mi opinión. Le respondí
que estaba decepcionada de que ya no fuéramos los dueños de la compañía,
y que pensaba que una aseguradora no encajaría bien con nosotros . Él
explotó con ira y salió de la oficina pisoteando. Minutos más
tarde, mi esposo Geoffrey –un exitoso abogado de Wall Street– llamó
para decirme que acababa de recibir una llamada de Fritz Hobbs, uno de los socios
de mayor antigúedad de Dillon, en la que le contó que Birkelund le había
dicho que yo había renunciado a la firma y que él (Geoffrey) debería
ponerme algunos controles . Yo le expliqué que no había renunciado.
Después le sugerí a Geoffrey que llamara a Fritz para que lo convenciera
de que había logrado ponerme bajo control - esto con el fin de asegurarle que
yo no había renunciado ni tenía alguna intención de hacerlo -
y de que podían contar con él para garantizar que yo apoyaría
la venta y los cambios contemplados. Por lo tanto, mis socios podrían buscar
a mi esposo para que me controlara. Después de esto, pasé varias semanas
colaborando con Geoffrey en esta "manipulación" de mí misma,
que resultó ser extraordinariamente efectiva, a pesar de constituirse como
un vehículo de comunicación poco ortodoxo.
Varias semanas después, mi “canal de apoyo”, se vio comprometido
cuando Ken Schmidt - quien encabezaba el departamento municipal de Dillon y que además
había sido asignado por la firma para “controlarme” mientras yo
manejaba un cliente muy grande y rentable con un gran flujo - confesó una noche,
después de varias copas, que él y mis otros socios estaban utilizando
a mi esposo para manipularme. Tal vez él no se habría sentido tan culpable
si hubiera sabido de donde estaba obteniendo Geoffrey sus estrategias.
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Peter Flanigan, socio de alto
rango de Dillon, aparece aquí al lado Catherine durante una celebración
de navidad que tuvo lugar en el restaurante Rainbow Room en 1988. Más adelante
paso a ser uno de los más grandes inversionistas personales de Dillon en la
compañía penitenciaria privada Cornell Corrections
(Foto cortesía de Catherine Austin Fitts) |
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Después de la venta de Dillon a Travelers, reunimos apoyo financiero significativo,
por parte de esta empresa, para nuestros negocios de compras apalancadas. Birkelund
me llamó a su oficina con el fin de preguntarme si yo asumiría el liderazgo
para realizar el mercadeo de nuestras compras apalancadas entre los compradores de
bonos. Esta solicitud me tomó fuera de base, puesto que estaba segura de que
no tendría éxito desempeñando este rol. Le pregunté por
qué pensaba que era apropiada para él. Entonces Birkelund describió
mi éxito en el diseño y mercadeo de 4 millones de dólares en
bonos del sistema de transporte de Nueva York. Este fue un contrato que nueve firmas
creyeron imposible, pero que, por el contrario, se produjo con mucho éxito
gracias al liderazgo de Dillon Reade, consiguiendo, incluso, aparecer en las portadas
del New York Times y la prensa financiera. Le expliqué a John que podía
vender contratos, los cuales había estructurado personalmente y que, por lo
tanto, creía seguros, ya que se basaban en la creación de bienestar
fundamental que aseguraría que los compradores de bonos fuesen remunerados.
Sin embargo, muchos de las compras apalancadas que fluían a través de
Wall Street no estaban fundamentadas en una buena ingeniería financiera e involucraban
compañías de dudoso valor. Me iba muy bien con los clientes inversionistas
de Dillon cuando yo ponía toda mi fe en un crédito. A menos de que yo
estuviera personalmente segura de la viabilidad de las inversiones a largo plazo,
no era eficiente vendiéndolas.
John pensó que yo estaba haciendo todo demasiado difícil. Y entre
tanto tanto estaba sorprendida de que él no pudiera entender que al igual que
los peces no vuelan, yo no tenia la capacidad de hacer un buen trabajo para la firma
desarrollando esta tarea . Eramos como dos universos paralelos tratando de comunicarse
y fallaban. Uno busca ir con la corriente de mayor gobierno y deuda corporativa sin
pensar por cuanto tiempo las generaciones futuras estarían pagando esta deuda
–lo que algunos llamábamos la burbuja de deudas– debido a que esa
era la forma de ganar en el juego de las ganancias de dinero caliente. El otro pensaba
que el dinero servía como fin estratégico y que el intercambio de personas
y compañías para obtener ganancias rápidas era un negocio riesgoso.
Las cosas empezaron a llegar a un punto crítico cuando llegué a la
reunión bancaria semanal de socios de Dillon Read una mañana en 1988.
Escuché a Steve Fenster - uno de los socios que se había unido a nosotros
en 1987, luego de estar en Lehman Brothers y por un corto periodo de tiempo en Chase
- hacer su presentación en la que habalaba sobre por qué el grupo de
compras apalancadas de Dillon debería asumir la segunda posición detrás
de First Boston en la hostil toma de poder de la Federación de Almacenes por
Departamento de Campeau. Durante su presentación, Fenster, quien más
adelante sería profesor de la escuela de negocios de Harvard, presentó
su exposición “fuentes y usos de fondos”. Esta exposición
estima de dónde proviene el dinero para comprar la compañía,
cómo será gastado y en qué cantidades. Steve describió
que una fuente significativa de fondos provendría de “mejoras en la productividad”:
una porción de lo que era necesario para subsidiar el costo de cientos de millones
de dólares invertidos en los contratos blindados de altos cargos, así
como en honorarios para abogados y banqueros de inversión.
Las “mejoras productivas” serían producto del incremento de
las ganancias generadas por cargos medianos a través de los años. Todo
sin tomar parte de los cientos de millones de festines de cerdo disfrutados por los
altos cargos gerenciales y Wall Street. Nos enriqueceríamos y estaríamos
adelante de todos . Los chicos en las trincheras trabajarían como perros durante
años a cambio de migajas si el contrato saliera. Yo estaba estupefacta. Le
pregunté a Steve por qué los trabajadores de cargos medianos se quedarían
e invertirían años trabajando para generar aumentos en las ganancias
sin que les diéramos incentivos adecuados. Después de todo, la información
financiera sería revelada en trámites con la Comisión de Acciones
y Valores (SEC, por sus siglos en inglés). Los gerentes de cargos medios de
las compañías leerían el “proxy statement” (informe
de gestión que debe entregar una empresa cada año a la SEC, y que muestra
la compensación de cada empleado y gerente) y podrían “caminar
con sus propios pies”. Esto significaba que la compañía fallaría.
Si la compañía fallana antes de que vendiéramos los nuevos
bonos, el crédito - puente de Travelers que estábamos utilizando perdería
millones de dólares. Si fallara luego de que vendiéramos los bonos,
nuestros clientes que los compraron asumirían las perdidas. Fenster me miró
con disgusto y dijo “estaremos por fuera en Diciembre”, lo cual significaba
que si el contrato llegara a fallar se convertiría en el problema de otra persona.
Le respondí, “Steve, nuestros compradores de bonos no lo serán”.
Lo cual significaba que Dillon estaría vendiendo los valores a fondos mutuos
y de pensiones, así como a otros compradores de bonos, quienes serían
los que asumirían pérdidas millonarias. Para este tiempo, Brady se había
ido a Washington y Birkelund tenía ahora el control de la firma. Birkelund
trataba de construir una fortuna. Nick tenía una que proteger. Me di cuenta
que había quebrado el equilibrio logrado por la asociación Brady-Birkelund,
ka cual oscilaba entre ganar en el juego del dinero caliente, y no poner en riesgo
la reputación personal de Brady. Dillon anticipó honorarios significativos,
mientras Fenster y los socios alrededor de la mesa estaban hambrientos de los rápidos
beneficios que traerían los bonos de fin de año.
Fue entonces cuando decidí que posiblemente estábamos perdiendo la
noción de la linea entre la ingeniería financiera y el fraude financiero.
Salí de la habitación y me dirigí abajo a hacer una llamada a
Washington, D.C. No había nada mas para aprender en Dillon Read. Era el momento
propicio para irme. Pertenecía demasiado a la vieja escuela. Otras firmas habían
mostrado interés en reclutarme. Sin embargo, le había prometido a Nick
institucionalizar a mis clientes y no desmontar el negocio de la firma. La forma de
continuar haciendo esto, era uniéndome a la Administración Bush en Washington,
D.C. La corrupción era grave, el colapso se avecinaba y Washington sería
quien lideraría el arreglo. Además, la corrupción era ingeniada,
en parte, a través de Washington. Yo quería entender cómo funcionaban
realmente la economía y el mercado. Era un gran sueño encontrar maneras
para que los inversionistas ganaran dinero con actividades que aumentaran la seguridad,
así como la riqueza humana y ambiental. Por eso necesitaba entender cómo
funcionaba el gobierno y el crédito federal.
Cuando la cadena de almacenes Federated Department Stores se declaró en
bancarrota el 15 de enero de 1990, como resultado de la toma del poder por Campeau,
haciendo uso de una estructura financiera insegura, Dillon Read, Travelers y los compradores
de bonos de Dillon, quedaron con millones de títulos muy rebajados. En ese
entonces, yo era la subsecretaria de vivienda y comisionada de la Administración
Federal de Vivienda (FHA) en el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD).
Me encontraba manejando miles de millones de dólares en hipotecas morosas y
coordinando trabajo con la Resolution Trust Corporation, la cual manejaba miles de
millones de dólares en hipotecas y préstamos morosos emitidos por los
bancos y las “sociedades cooperativas de crédito” (las famosas
“S&L” que fracasaron en masa durante los años 80). Mientras
Birkelund y Fenster explicaban las fallas del Campeau-Federated a Travelers, yo estaba
aprendiendo por qué Oliver North se refería a HUD supuestamente como
la “dulcería de ingresos secretos”. [28] Tomó muchos años
aclarar el problema de las hipotecas para comprender que todo este fraude inmobiliario
e hipotecario era parte integral de la deuda pública estadounidense que crecía
a una tasa alarmante, y de las travesuras del Consejo Nacional de Seguridad durante
el escándalo “Irán-Contra”.
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