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Hamilton Securities Group tenía una subsidiaria encargada de recopilar
la información de las transacciones individuales y las tareas de estrategia
de carteras de los clientes de la empresa, para diseñar - con base en esa información
- nuevos enfoques de inversión. El propósito era ayudar a los inversionistas
a entender el impacto de sus inversiones en la gente, en lugares y en la sociedad
en general, con el objetivo de diseñar estrategias para identificar las oportunidades,
disminuir los riesgos, y mejorar el rendimiento de sus inversiones.[83] Esto incluía
entender cómo reducir la dependencia crediticia de los municipios, los pequeños
negocios y las granjas. Asimismo era necesario comprender cómo aumentar su
capacidad de financiación a través del capital accionario. De hecho,
el acceso fácil y subsidiado al financiamiento por venta de participación
accionaria (equity financing) es una de las razones por las que las empresas grandes
se han hecho tan poderosas, arrebatando así grandes partes del mercado a las
pequeñas empresas. Si los pequeños negocios y granjas tuviesen la oportunidad
de acceder a una participación en el capital social, el resultado sería
una economía mucha más sana y un aumento de la base de apoyo popular
para las instituciones democráticas.
Tuvimos la suerte de contar con un Consejo Consultivo compuesto por un grupo muy
comprometido y eficaz de líderes en el tema de los fondos de pensiones. En
abril de 1997, tuvimos una reunión del Consejo Consultivo en la sede de la
empresa Safeguard Scientifics, cuyo Presidente de la Junta Directiva estaba liderando
un proyecto de capital de riesgo. Hice una presentación sobre el descomunal
derroche en el presupuesto federal. A manera de ejemplo, demostramos cómo calculamos
que el rendimiento de la inversión federal del año anterior en la ciudad
de Filadelfia habría sido negativo a pesar de que se podía financiar
las localidades con capital privado y luego hacer una reingeniería de la inversión
del gobierno para producir un rendimiento positivo, y, como resultado de esto, generar
una plusvalía significativa. Se podían usar los fondos de pensiones
estadounidenses para fortalecer las garantías de futuro de los jubilados, invirtiendo
en comunidades, pequeños negocios y granjas norteamericanas. De esta manera
se lograría reducir la deuda, mejorar los niveles de capacitación de
los trabajadores y generar empleos. Esto era importante, ya que una de las principales
preocupaciones en Estados Unidos en esa época era la de asegurar que cumpliéramos
con las necesidades de los beneficiarios y los jubilados. También era esencial
reducir la deuda y crear nuevos trabajos justo cuando seguíamos trasladando
al exterior empleos industriales y de otra clase. De lo contrario, acabaríamos
utilizando los ahorros pensionales de nuestra fuerza de trabajo para pagar el traslado
al exterior de tales empleos, de los trabajadores y de sus hijos.
La respuesta de los inversionistas de los fondos de pensiones fue muy positiva,
hasta que el presidente de uno de ellos, CalPers (el más grande del país),
dijo: “Ustedes no entienden. Ya es muy tarde. Han dado por vencido al país.
Ellos estarán sacando todo el dinero hacia el exterior en el otoño (de
1997). Lo van a trasladar a Asia”. No dijo quiénes eran “ellos”,
pero sí indicó que urgía que me viera con Nick Brady, como si
los datos con los que les demostramos que sí había esperanza para el
país pudiesen cambiar las cosas. Creía en ese entonces que lo que quiso
decir era que los fondos de pensiones y otros inversionistas institucionales estarían
trasladando una gran porción de sus carteras de inversiones a los mercados
emergentes. Pecaba de ingenua. Se refería a algo mucho más trascendental.
El año fiscal federal empieza el 1 de octubre. Típicamente los comités
de asignaciones presupuestarias de la Cámara de Representantes y el Senado
votan sobre sus recomendaciones durante el verano. Cuando vuelven de sus vacaciones
después del Día del Trabajo (celebrado el primer lunes de septiembre
en Estados Unidos) los comités arreglan sus diferencias y en septiembre radican
un proyecto de ley. Conciliar todos estos intereses encontrados es como si una serpiente
tratara de comerse un cerdo entero. Determinar el presupuesto cada otoño puede
derivar en momentos de tensión. Cuando se promulga una nueva ley, comienzan
a surgir nuevas políticas y el dinero para financiarlas. El 1 de octubre siempre
trae nuevos giros y comienzos. Entre octubre de 1997 - el inicio del año fiscal
federal - y septiembre de 2001 desaparecerían por lo menos 4 billones de dólares
de las cuentas pertenecientes a las agencias públicas federales. La mayor parte
del dinero perdido desapareció de las cuentas del Departamento de Defensa.
En el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD, por sus siglas en inglés)
también faltaban montos significativos. Según informes de la Oficina
del Inspector General de HUD, esta entidad tuvo “ajustes indocumentables”
de 17 mil millones de dólares en el año fiscal de 1998, y de 59 mil
millones en 1999. La Oficina del Inspector General se negó a finalizar las
declaraciones financieras auditadas en el año fiscal de 1999, así como
a averiguar la base de los ajustes indocumentables o a recuperar el dinero. Asimismo,
se negó a revelar la cantidad de tales ajustes en años fiscales subsiguientes.[84]
Esta entidad seguía invirtiendo muchos recursos en la persecución de
Hamilton durante esta época.
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Por cortesía de la revista
New Yorker |
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La culpa de la pérdida de estos dineros del HUD finalmente recayó
sobre una empresa de software financiero llamada AMS. Mi antiguo socio, Steve Fenster
– el banquero de Dillon Read que manejó la compra apalancada de la fracasada
cadena de almacenes Federated Department Stores a nombre de Campeau (véanse
en el capítulo anterior, “La separación de los caminos”,
las preocupaciones que expresé a Steve con respecto a este negocio) - fue integrante
de la junta directiva de AMS hasta su muerte, en 1995. En su reemplazo fue nombrado
Walker Lewis, otro miembro de la junta directiva que tenía relaciones con Dillon
Read y, ahora, en calidad de Presidente de Devon Value Advisors, era socio consultor
de Pug Winokur y Capricorn Holdings. A pesar de las pérdidas en el HUD - primero
la de 17 mil millones de dólares y, posteriormente, otra de 59 mil millones
- el Secretario Cuomo no despidió a AMS ni confiscó su dinero. De hecho,
el presidente de AMS, Charles Rossotti, fue nombrado Comisario del Servicio de Impuestos
Internos (IRS, por sus siglas en inglés) y recibió un permiso especial
que lo autorizaba a conservar sus acciones en AMS. Como resultado de esto, se benefició
personalmente cuando HUD mantuvo a AMS en su nómina de contratistas y el IRS
otorgó nuevos contratos a dicha empresa. Como Comisario del IRS, supervisó
las labores de la División de Investigaciones Criminales que jugó un
papel importante en el seguimiento al lavado de dinero durante el periodo en el que
desparecieron los 4 trillones de dólares de las arcas del gobierno federal.
Cuando Rossotti salió del gobierno, pasó a trabajar con Lou Gerstner
en el Carlyle Group.
Si suponemos que los 17 mil millones de dólares desaparecieron del HUD de
manera gradual a lo largo de 1998 —es decir, 1.4 mil millones al mes, 63.6 millones
por jornada laboral, y 7.6 millones por hora laboral— esto indicaría
que para el verano de 1998, aproximadamente 14 mil millones de dólares ya habrían
desaparecido de la entidad. Esto sin contar el dinero que faltaba en otras agencias.
¿A donde se fue? ¿Acaso fue financiado mediante movimientos fraudulentos
de valores a través de Ginnie Mae (las siglas en inglés de Asociación
Gubernamental Hipotecaria Nacional, empresa pública del HUD que vende hipotecas)?
¿Con algún otro fraude hipotecario? o ¿con la emisión
de bonos falsos del Departamento de Hacienda estadounidense? Estas son preguntas cruciales.
Curiosamente, durante este mismo periodo, algunas de las firmas más poderosas
de Washington, y otras que tenían vínculos allí, tuvieron una
suerte extraordinaria para obtener capital. De hecho, el periodo del dinero perdido
coincidió con un proceso de “pump and dump” (inflar y desechar)
del mercado de valores norteamericano, y con un gran flujo de dinero a favor de inversionistas
privados.
Pump
and Dump—Inflar y deshechar |
El fraude financiero conocido como “pump and dump”
(“inflar y desechar”) hace referencia al acto de inflar artificialmente
el precio de una acción u otro valor a través de su promoción,
con el objetivo de venderla con un precio más alto. Esta práctica es
ilegal, según la legislación que rige los títulos de valores,
pero muy frecuente.
Alguien muy exitoso en la estrategia de inflar y desechar era Jonathan Lebed. Este
tenía 15 años cuando la SEC lo acusó de manipular varios títulos
valores. Se liberó de los cargos reembolsando una fracción del total
de sus ganancias. Aunque tiene muchos defensores que afirman que sus actividades promociónales
son semejantes a las prácticas diarias de los analistas, lo que no tienen en
cuenta es el hecho de que él no sólo hizo falsas y engañosas
declaraciones sobre las empresas, sino que compró suficientes acciones como
para generar un impacto temporal sobre el mercado, creando una explosión artificial
de actividad que provocó el interés de los inversionistas. En la ficción
puede verse un buen ejemplo de cómo funciona esto, en la película Boiler
Room (El Informador, en español)
(Adaptado y traducido de Wikipedia) |
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Cornell Corrections no era para nada la única empresa que acumuló fondos
durante el periodo en mención, y Dillon Read está lejos de ser la única
firma inversionista que liquidó sus acciones para obtener beneficios. De hecho,
desde una perspectiva más amplia, la inversión de Dillon Read en Cornell
Corrections se podría considerar como una de riesgo, más bien modesta,
aunque muy lucrativa en términos porcentuales. Así, las inversiones
y ganancias de Dillon parecen minúsculas comparadas con los miles de millones
que estaba invirtiendo la plataforma de inversión crediticia KKR en la firma
de servicios financieros RJR. Fueran grandes o pequeñas, sostengo que estas
dos inversiones son muy dicientes de cuál es el verdadero modelo corporativo
predominante en EE.UU. y el mundo.
En el verano de 1998 el Grupo Carlyle anunció que había cerrado su
Fondo Europeo con 1.1 mil millones de dólares. Para finales de la década,
Carlyle ya contaba con más de una docena de fondos que manejaban casi 10 mil
millones de dólares. Entre tanto, Enron - en sus negociaciones con Wall Street
- gozaba de un torrente de buena suerte a través de su asociación con
consorcios en offshore, así como de ingresos crecientes gracias a lo que en
EE.UU se llamó la “nueva economía”. Entre los directivos
de Enron figuraban las personas más destacadas del universo de los contratistas
gubernamentales, tales como las siguientes:
Pug Winokur, presidente del Comité de Finanzas de Enron. También
era inversionista y miembro de la junta directiva de DynCorp, compañía
que manejaba sistemas de información esenciales - y altamente delicados - para
el Departamento de Defensa, la Oficina del Inspector General de HUD, y la SEC; Arthur
Anderson, la empresa auditora de Enron y DynCorp (y de Cornell Corrections). Era una
de los principales contratistas del HUD. Por último estaba Frank Savage, miembro
de la Junta Directiva de Lockheed Martin (el más importante contratista militar
que en ese entonces recibió más de 150 millones de dólares anuales
por manejar los sistemas informáticos del HUD). También estaba en la
Junta Directiva y en el Comité de Finanzas de Enron.
Enron y el HUD usaban los mismos bancos —Citibank y JP Morgan-Chasexa—
, así como las mismas firmas inversionistas. Winokur - que estaba en la Junta
Directiva del Fondo de Donaciones de Harvard y había invertido en él
- era un inversionista importante de Enron. Los abogados que representaban a esta
empresa en los documentos de la SEC, trabajaban para O’Melveny y Meyers, una
firma importante de Los Angeles que supuestamente fue la que más apoyo brindó
a Al Gore durante la campaña presidencial del 2000. La Universidad de Harvard
era contratista del HUD y también una fuente sustancial de funcionarios para
esta ésta entidad, la Secretaría de Hacienda y la Casa Blanca. El Fondo
de Donaciones de Harvard era uno de los principales inversionistas en las operaciones
inmobiliarias e hipotecarias del HUD, al igual que Pug Winokur y su compañía
de inversiones.
Varios empleados de Harvard conformaban uno de los grupos más significativos
de contribuyentes a la vida política de Bill Clinton. Esta universidad también
era una de las fuentes de las personas que ocupaban cargos en la Oficina de Administración
y Presupuesto, el Departamento de Justicia, la SEC, el Departamento de Defensa y otras
agencias públicas[85]. Durante la Administración Clinton, el Fondo de
Donaciones de Harvard pasó de 4 mil millones a 20 mil millones de dólares.
Un crecimiento asombroso.
(Sanders Research Group, publicados por Scoop Media)
Repetimos una idea esencial expresada anteriormente en nuestra discusión
sobre el negocio de las compras apalancadas que ha conquistado la economía
norteamericana: el dinero reacciona como un globo. Cuando se oprime en un lado, se
infla en otro. Aunque no sabemos todavía la verdad sobre quién se quedó
con 4 billones (u otra cantidad enorme de dinero, así como de valores emitidos
fraudulentamente) de transacciones indocumentables y desaparecidas de las arcas del
gobierno de Estados Unidos - o con otros tantos de billones de dólares más
que desaparecieron durante este periodo de los fondos de pensiones y de las carteras
accionarias de algunos inversionistas - sí tenemos claro quién es el
que ahora tiene unos recursos financieros crecientes. También sabemos hasta
qué punto se utilizaron recursos jurídicos extraordinarios para perseguir
a mucha gente honesta.
La renombrada tira cómica Señor Global, de Justin Ward y Chris Sanders.
El 18 de diciembre de 1997, el Inspector General de la CIA entregó al Comité
Especial del Senado el primer volumen de su informe sobre las acusaciones en contra
de agencia de seguridad, por su complicidad en el tráfico de drogas llevado
a cabo en el surcentro de Los Ángeles. La respuesta de Washington fue consecuente
con su intención de atraer el flujo continúo de entre 500 mil millones
y un trillón de dólares lavados cada año por el sistema financiero
de EE.UU.
El Presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, visitó Los Angeles
en enero de 1998 con la congresista de esa ciudad Maxine Waters, una conocida crítica
de la participación del gobierno en el narcotráfico. Según los
reportajes en los medios, Greenspan prometió a Waters miles de millones de
dólares para su distrito en el futuro. En febrero, Al Gore anunció que
el HUD (bajo la dirección de su Secretario, Cuomo) había otorgado el
estatus de “Zona de Empoderamiento” al distrito de Waters. Eso lo hacia
elegible para recibir 300 millones de dólares en subvenciones federales y beneficios
tributarios. En ese momento, la existencia de las herramientas informáticas
y bases de datos de Hamilton hubiera constituido una gran amenaza en caso de que mi
equipo y yo hubiéramos estado al tanto de las acusaciones formuladas en “Alianza
Oscura”. La manera más rápida de rastrear las pistas habría
sido mirar el mapa de las hipotecas vencidas de aquellas casas en mora con el HUD,
que se encontraban contiguas a zonas de narcotráfico. Mi equipo y yo hubiéramos
podido tomar esta información, que habíamos publicado en Internet, y
usar las herramientas informáticas - así como las bases de datos de
Hamilton - para examinar a fondo los flujos financieros del gobierno en las mismas
zonas e incluso los patrones de potenciales fraudes de hipotecas y de valores hipotecarios.
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El mapa del Sur-Centro de Los Angeles,
California
(Mapa por cortesía de Hamilton Securities Group) |
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La destrucción, eliminación y robo de nuestras herramientas
informáticas, bases de datos y equipos de sistemas se dio a través de
una serie de eventos - entre finales de 1997 y principios de 1998 - tan bien orquestados
entre el gobierno, los medios de comunicación e integrantes del Consejo de
Relaciones Exteriores, que si no fuera porque yo misma lo viví, jamás
lo habría creído. El Washington Post, misteriosamente, canceló
a última hora la publicación de un reportaje acerca de lo que estaba
pasando al Hamilton Securities Group, como lo había hecho con la historia de
Mena en 1995. Nuestra compañía de seguros de errores y omisiones, se
negó de repente a pagar a nuestros abogados, motivo por el que estos dejaron
de representar al Hamilton Securities Group.
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La granja “Hayes”
- comprada por los abuelos maternos de Catherine durante su luna de miel y legada
de generación en generación - tiene una vista panorámica del
Monte Washington y de Presidential Range (Cordillera) - ubicados en el estado de New
Hampshire - pero no cuenta con electricidad.
(Foto por cortesía de Catherine Austin Fitts) |
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Con el fin de conseguir otros abogados para enfrentar la avalancha de trabajo jurídico
e investigativo que se nos venía encima, vendí a mi tío la parte
que me correspondía de nuestra granja familiar. Lo llamaron de la Oficina del
Inspector General del HUD, al parecer, para intentar convencerlo de que yo era una
criminal. Una noche enviaron a su casa en New Hampshire cuatro agentes de esa entidad
y del FBI con una orden de cateo. El pretexto era que necesitaban revisar los documentos
financieros de la granja para averiguar si yo había recibido empleados públicos
allí. Posteriormente llegarían a darse cuenta de que ningún funcionario
público había estado conmigo allá, que la casa no tenía
electricidad y que, para las “funciones básicas”, sólo disponía
de una letrina que se encontraba afuera.
El juez Sporkin falló contra nosotros en la demanda que buscaba obligar
al HUD a pagarnos, de manera inmediata, por el trabajo que habíamos realizado.
Luego, sin razón aparente, autorizó la confiscación de nuestros
archivos digitales y documentos. El 8 de marzo de 1998, un representante del tribunal
y un equipo de investigadores de la Oficina del Inspector General del HUD y del FBI,
llegaron a nuestras oficinas para incautarlas. Absolutamente todos nuestros archivos
y objetos personales, en nuestras casas y oficinas, fueron revisados. No se nos permitió
conservar copias de ningún documento. Aunque la mayor parte de la información
del HUD era - por ley- de dominio público, esta entidad nos había ordenado
borrar de nuestro servidor toda base de datos que se refiriera a ella, y pidió
que certificáramos que no quedaba rastro alguno de la misma. Se nos informó
que tardaríamos en recuperar las copias y otros artículos decomisados.
De hecho, exceptuando un servidor y unos cuantos computadores, la recuperación
de nuestros archivos demoró años. Cuando finalmente nos devolvieron
los más esenciales, nuestras herramientas informáticas más importantes
habían “desaparecido”, mientras estaban en manos del tribunal.
Más adelante descubriríamos que el Departamento de Justicia (DOJ,
por sus siglas en inglés) había contratado los servicios de CACI, como
apoyo jurídico en su litigio contra nosotros. CACI era el proveedor principal
de software y servicios de sistemas de información geográfica del gobierno
estadounidense. Posteriormente, CACI aparecería en las noticias debido a sus
vínculos con el escándalo de la cárcel de Abu Grahbi en Irak.
Esto nos podría llevar a pensar que el DOJ estaba pagando a nuestra competencia
para que se apropiara de programas y bases de datos que nos pertenecían.
Un buen tiempo después de que toda nuestra infraestructura digital nos fuera
arrebatada, el DOJ sacó una herramienta de sistemas de mapeo de información
geográfica, que buscaba servir de apoyo a una reforzada actividad policíaca
y de vigilancia en las comunidades. Habría que preguntarse si ésta no
era la respuesta del “Sheriff de Nottingham” al Community Wizard : en
lugar de utilizar la informática para facilitar a los ciudadanos la compresión
de las actividades del gobierno, ¿por qué no usarla para brindar a este
la posibilidad de vigilar aún más de cerca a los ciudadanos?
Mientras ocupaban nuestras oficinas, los investigadores de la Oficina del Inspector
General llenaron de basura las máquinas trituradoras de papel que se encontraban
vacías. Tomaron unos libros de contabilidad que se encontraban en otros pisos,
los colocaron encima de la basura y fotografiaron esta puesta en escena. Con base
en ese montaje fotográfico, la Inspectora General del HUD - la licenciada Judith
Hetherton - nos envió una carta acusándonos de obstrucción a
la justicia, evidenciada con el hecho de que habíamos “botado”
nuestros libros de contabilidad. Esta acusación no prosperó gracias
al administrador del edificio que fue testigo de esta farsa y decidió ayudarnos
cuando, después de ver el destrozo de nuestras oficinas de Hamilton Securities
Group, se conmovió con nuestros esfuerzos para repararlas. Este administrador
había llegado a EE.UU - proveniente de Latinoamérica - huyendo, irónicamente,
de la corrupción gubernamental. Uno de nuestros abogados entró a la
oficina cuando los investigadores federales estaban ahí y salió temblando.
Me dijo: “Mis papas huyeron de Alemania para escaparse de esta gente. Ahora
están aquí. ¿Qué rumbo puedo tomar yo?”
Mientras tanto - cuando los archivos tanto digitales como físicos cayeron
bajo control del tribunal, y cuando ya habían subastado los computadores, así
como suprimido los sitios web - el Congreso llevó a cabo una audiencia inesperada
el 16 de marzo de 1998 para analizar el primer volumen del informe del Inspector General
de la CIA referente a las acusaciones de Gary Webb – en su serie “Alianza
Oscura” – sobre la participación del gobierno en actividades de
narcotráfico. El Inspector General de la CIA reveló la existencia del
“Memorando de Entendimiento” (MOU, por sus siglas en inglés) redactado
en 1982 entre la CIA y el DOJ. Sporkin, el juez que acababa de organizar la destrucción
de nuestro programa Community Wizard y de toda nuestra infraestructura digital - y
que ahora tenía el cadáver en sus manos - había sido ni más
ni menos que el Asesor General de la CIA cuando se elaboró el MOU.
Sin embargo, tuvieron un pequeño contratiempo. Cuando finalmente nos permitieron
entrar a nuestras oficinas, una tarde a mediados de marzo, aprovechamos para llevarnos
el servidor principal a mi casa. Al día siguiente, el auditor del HUD quedó
pasmado al ver que el servidor ya no estaba. Él había asumido que, una
vez suprimida toda la información de todos los computadores, éstos se
pondrían a la venta. Cuando preguntó por el servidor, uno de mis socios
le dijo: “nos lo llevamos anoche”. El auditor respondió: “ustedes
no pueden hacer eso. Mis instrucciones dicen que no están autorizados para
tener acceso a esa información”. No obstante, fue incapaz de explicar
el por qué y de presentar los argumentos jurídicos para que fuera así.
Tampoco pudo justificar por qué se negaba a Hamilton Securities Group el acceso
a su propiedad.
Mientras las empresas contratistas de las prisiones privadas firmaban nuevos contratos
y miles de millones de dólares continuaban desapareciendo del HUD, yo pasaba
los siguientes meses trabajando durante semanas de más de 100 horas y enfrentando
hasta 18 auditorias e investigaciones, así como 12 litigios diferentes. Al
mismo tiempo, me veia obligada a soportar el estrés del acoso físico,
la vigilancia y una continua campaña de difamación en mi contra.
Sin embargo, poco a poco se estaba filtrando la información que finalmente
me aliviaría. En mayo, la congresista Walters grabó el Memorando de
Entendimiento entre la CIA y el DOJ en el Registro del Congreso. En junio, Gary Webb
publicó su libro “Alianza Oscura”. Vi una breve reseña despectiva
al respecto en una revista comercial y me di cuenta de que, de alguna forma, esto
podría ayudar a explicar la locura que yo estaba enfrentando y que no lograba
dilucidar.
Tras leer “Alianza Oscura”, empecé a investigar el negocio tan
extraordinariamente rentable que el DOJ - al igual que agencias como HUD - había
construido alrededor de su actividad policíaca y jurídica. Llevar a
cabo tal negocio, sólo tenía sentido si el gobierno estaba efectivamente
involucrado en actividades de narcotráfico y fraudes hipotecarios conexos.
Comencé a darme cuenta hasta qué punto los sistemas privados de información
y empresas de software financiero como DynCorp y AMS estaban tomando el control de
agencias públicas, tras bambalinas, creando las condiciones para desaparecer
miles de millones de dólares de las arcas del gobierno. Luego empecé
a investigar las empresas encargadas del sistema de prisiones privadas, cuando uno
de nuestros banqueros – cuyos colegas del banco habían actuado de manera
infame y hasta, en mi opinión, criminal con nosotros – me comentó
la cantidad de dinero que estaban ganando en Washington con la oligarquización
y la privatización del sistema carcelario. Ésta fue una temática
recurrente a lo largo de todo este periodo. Las prisiones privadas eran consideradas
como lo máximo de la época y la gran novedad para hacer dinero. Scott
Nordheimer no era el único que intentó convencernos de esto. Cuando
me reuní con los socios de mayor antigüedad de Coopers & Lybrand,
a finales de 1994, aseguraron que debería cambiar mi eje de interés
de las comunidades hacia las prisiones, ya que la seguridad y las cárceles
representaban el futuro.
En septiembre, descubrí que el DOJ era dueño de una empresa de prisiones,
Federal Prison Industries, que se comercializaba bajo el nombre de UniCor. Esta empresa
vende la mano de obra de los presos a agencias federales. Resulta que Edgewood Technology
Services, una iniciativa e inversión de Hamilton Securities Group, era uno
de los competidores potenciales de la empresa carcelaria del DOJ para contratos federales
de servicios informáticos. El sitio web de UniCor indicaba que tenía
un negocio creciente de tales servicios - enfocados en productos relacionados con
sistemas de información geográfica - al igual que Edgewood Technology
Services. Esto me llevó a preguntarme si Scott Nordheimer no habría
entregado nuestro plan de negocios al DOJ y su Buró Federal de Prisiones, a
pesar de mi insistencia de que no estaba interesada en estos negocios carcelarios.
Yo había llamado al Jefe del Grupo de Servicios Informáticos de UniCor
y él había quedado sorprendido por la historia que le conté.
Me dijo algo como: “Eso no tiene sentido. La mayoría de la gente termina
en la cárcel por no poder conseguir buenos trabajos. Es mucho más caro
poner a la gente a trabajar desde la cárcel que impedir, desde el principio,
que tengan que ir allá ”. Tenía muchas ganas de conocerme ya que
le interesaba ayudar a los buenos trabajadores en el área de informática,
para que consiguieran empleo al salir de la cárcel. Le dije que hablara primero
con sus jefes y que también me encantaría conocerlo. Nunca me volvió
a llamar.
La industria carcelaria federal
Las ganancias del Departamento de Justicia, provenientes del trabajo
de los presos crecieron a la par del incremento en el número de prisioneros
federales, la mayoría de los cuales no había cometido ningún
delito contra la vida. Un reportaje de K. Daniel Glover publicado en la revista Government
Executive, el 12 de abril de 2004 - titulado “Prison Labor Program under Fire
by Lawmakers, Private Industry” -, señala el aumento de las ventas de
prisiones y de mano de obra , llevadas a cabo por el DOJ, y el hecho de que el incremento
en el número de detenciones y encarcelamientos contribuía a las ganancias
de este negocio.
Crecimiento de Federal Prison Industries
Año |
Número de fábricas |
Ventas
(Milliones) |
FPI Trabajadores |
Total de presos |
Grupos de Productos |
1985 |
71 |
$238.9 |
9,995 |
36,042 |
4 |
1990 |
80 |
343.2 |
13,724 |
57,331 |
5 |
1995 |
97 |
459.1 |
16,780 |
90,159 |
5 |
2000 |
105 |
546.3 |
21,688 |
128,122 |
5 |
2001 |
106 |
583.5 |
22,560 |
156,572 |
8 |
2002 |
111 |
678.7 |
21,778 |
163,436 |
8 |
2003 |
100 |
666.8 |
20,274 |
172,785 |
8 |
Fuente: Buró Federal de Prisiones, citado en http://www.govexec.com/dailyfed/0404/041204nj1.htm
Un informe publicado en septiembre de 2004 por el Centro para la Integridad Pública,
sostiene que Federal Prison Industries figuraba en el puesto 72 entre los contratistas
militares más grandes, con contratos por un monto de 1.4 mil millones de dólares
entre 1998 y 2003, y la describe así:
“Federal Prison Industries, también conocido como UniCor, usa
mano de obra de prisioneros federales para fabricar una gran variedad de productos,
incluyendo muebles, ropa y equipos electrónicos. También provee servicios
administrativos tales como ingreso de datos y correos masivos. Una corporación
del gobierno, opera como parte del Buró Federal de Prisiones y es el principal
proveedor de ropa, muebles y mobiliario para el Departamento de Defensa.” |
Luego, el 8 de octubre - una hora después de que la Cámara de Representantes
votó a favor de la prosecución del juicio político contra Clinton
- la CIA publicó en su sitio Web, con muy poco revuelo, el segundo volumen
del informe del Inspector General sobre las acusaciones formuladas en “Dark
Alliance”. Este incluía una copia del Memorando de Entendimiento entre
el DOJ y la CIA. Tal como lo sugiere Mike Ruppert, el mensaje de Bill Clinton a los
Republicanos fue claro y contundente: “Si ustedes me hacen caer, yo los haré
caer a todos”. El día siguiente, el 9 de octubre, el secretario Andrew
Cuomo firmó a través de Ginnie Mae, una serie de contratos exclusivos
con la empresa de John Ervin (la misma que instauró la demanda qui tam en contra
de Hamilton), y con Touchstone Financial Group, una firma que, al parecer, fue fundada
por un antiguo empleado de Hamilton Securities Group que contrató empleados
de allí para llevar a cabo los trabajos que esa empresa hacía para el
HUD. No se puede sino hacer una lista de otras dudas irresolutas sobre las negociaciones
políticas que se pudieron haber dado a puertas cerradas. Como es debido, el
1 de octubre comenzó el año fiscal. Durante éste, la Oficina
del Inspector General del HUD se negaría a dar la auditoria exigida por ley,
para rendir cuentas sobre los 59 mil millones de dólares faltantes. Esta cantidad
de dinero equivale a 4.9 mil millones de dólares mensuales, 1.2 mil millones
por semana laboral, o 30.87 millones por hora de trabajo. Había llegado el
momento de pagar.
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Una respuesta del HUD a una petición
respaldada por la Ley de Libertad de Información (FOIA por sus siglas en inglés),
reveló que en octubre de 1998, el secretario del HUD, Andrew Cuomo, había
arreglado contratos de Ginnie Mae para Ervin, con el objetivo de contribuir a financiar
las demandas de este contra el HUD y Hamilton. |
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Ike Kohn
(Por cortesía del Institute of Advanced Studies) |
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Indignada con lo que estaba pasando en Washington durante este periodo, me fui
para Nueva York, con el fin de intentar entender lo que podía significar todo
esto para Wall Street. Almorcé allí con Bart Friedman, uno de los socios
de Cahill Gordon, la principal firma de abogados de Dillon Read. Bart era alguien
a quien yo respetaba muchísimo y que había ayudado a Hamilton con su
labor jurídica. Mientras almorzábamos en un club privado cerca de Cahill,
pasó Ike Kohn, un socio mayoritario de la firma de Bart. Estando trabajando
en Dillon Read, Nick Brady nos presentó a Ike como nuestro abogado de más
confianza. Ese día, Bart dijo algo como: “Ike, ¿te acuerdas de
Austin Fitts, cierto?”. Ike me miró de manera hostil y se alejó
rápidamente, lo que me dejó bastante estupefacta. Comprendí la
razón de su actitud cuando vi los documentos de Cornell Corrections entregados
a la SEC. Bart Friedman había manejado todos los archivos de inversión
y de garantía para esta corporación. Posiblemente, Ike temía
que en este almuerzo yo lograra atar cabos. Cosa que no pasó. Yo revisé
con muchísima dedicación los documentos de la SEC, buscando información
sobre Wackenhut Corrections y Corrections Corporation of America, pero no investigué
Cornell Corrections sino hasta varios años después. Este es el momento
en el que todavía me pregunto qué sabía Ike sobre lo que pasó
con Hamilton Securities Group.
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El mundo es un pañuelo:
Mientras Cahill Gordon & Reindel estaba ayudando a Dillon Read a conformar Cornell
Corrections, también brindaba asesoría jurídica a Hamilton Securities
Group. |
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Después del almuerzo, me fui a la fiesta de cumpleaños del pariente
de un socio de Dillon Read. Ésta se realizó en el Colony Club, un elegante
club privado de Park Avenue. Muchos amigos míos querían saber qué
opinaba yo de las acciones en empresas carcelarias. Todos estaban invirtiendo en ellas,
los corredores las promovían, eran la “última moda” y esperaban
obtener jugosas ganancias. Les dije que dejaran de hacer eso, que las cotizaciones
no tenían en cuenta que llenar las cárceles con personas – tanto
inocentes como culpables – no era lo mismo que almacenar a la gente en viviendas
del HUD. Cierto, las acciones después se desplomaron. Pero esto no pasó
sino hasta que el Wall Street Journal publicó una nota sobre cómo los
decoradores de interiores usaban muebles fabricados en las cárceles para decorar
los baños y cocinas de los elegantes apartamentos de Park Avenue. Y Tampoco
sucedió antes de que la revista Esquire sacara una serie de fotos de modelos
posando frente a las celdas de una prisión privada. Hasta la fecha, me pregunto
cuántas personas con las que hablé esa noche habrían comprado
acciones de Cornell Corrections a Dillon Read.
Regresé a Washington sintiendo que el mundo realmente se había vuelto
loco. Por todos lados veia gente que parecía feliz de estar ganando dinero,
haciendo cosas que agotaban y liquidaban la infraestructura permanente y productiva
del pueblo, así como la nación estadounidense. Nuestro sistema financiero
se había convertido en un mecanismo complejo que nos permitía, con ánimo
de lucro, desvincularnos de la realidad y de los orígenes de nuestra riqueza.
Después de varias conversaciones con mis abogados, me di cuenta de que los
montajes con los que buscaban incriminarnos habían fracasado, y que ahora los
implicados se encontraban bastante embromados, pues nosotros estábamos presentando
las pruebas de falsedad en documento público y de eliminación de elementos
probatorios. En mi opinión, el DOJ estaría dispuesto a abandonar sus
acusaciones si nosotros simplemente dejábamos que se quedara con todo el dinero
de Hamilton Securities Group. Lo que sea que haya impulsado la urgencia de la estocada,
ya no existía. ¿Acaso fue debido a que Dillon ya había hecho
efectivo todo su dinero? ¿Acaso porque todas las herramientas informáticas
y bases de datos ya habían sido efectivamente suprimidas, y así ya se
había logrado impedir que millones de norteamericanos pudiesen servirse de
ellas para relacionar el fraude hipotecario con lo relatado en “Alianza Oscura”?
¿Posiblemente porque la llave secreta del dinero se había abierto y
ya 59 mil millones de dólares fluían del HUD para alimentar la bestia
hambrienta con una entrada, para enseguida pasar al plato fuerte compuesto por 3.3
billones de dólares tomados del Pentágono? ¿O se trataba de una
combinación de factores? Más que nada, se notaba el deseo personal e
intenso de verme presa. Pues fracasó. Tomé una decisión: no iba
simplemente a desaparecer sin más. Decidí que me iba a dedicar a investigar
a fondo lo que había pasado.
Lo que realmente requieren las comunidades locales en Estados Unidos y en el mundo
es, ante todo, saber la verdad. Necesitamos tener la capacidad para saber en quiénes
podemos confiar y en quiénes no. Necesitamos saber cómo construir una
vida, una familia, una pequeña empresa, y cómo ahorrar para nuestra
jubilación sin que estos ahorros caigan en las garras de la corrupción.
Necesitamos generar ingresos que enriquezcan tanto la nación como su capital
y no subvenciones que nos dan contentillo, mientras agotan el capital de nuestros
ahorros y comunidades. Cualquier explorador exitoso nos diría que de poco sirve
tener todos los recursos del mundo si no se cuenta con un mapa fidedigno, para no
acabar expuesto e indefenso ante los elementos inclementes.
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El hogar de Catherine,
“Fraser Stables”, una cochera y caballeriza remodeladas, que pasaron a
convertirse en una casa situada en el corazón de la ciudad de Washington, Distrito
Capital. Catherine vendió su hogar para financiar una parte de los costos de
litigio y escapar del continuo acoso físico y a la vigilancia a los que fue
sometida.
(Fotos por cortesía de Catherine Austin Fitts) |
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El primer paso consistía en tratar de entender el crimen organizado, algo
que nunca me había llamado la atención. Contacté una organización
que vendía vídeos de investigaciones tanto de la corrupción gubernamental
como del narcotráfico, y compré las cintas que recomendaron. Así
empezó un largo periplo de lectura de miles de libros, de ver innumerables
videos y de establecer contacto con investigadores de todo el mundo.
Más adelante, ese mismo año, escribí un artículo sobre
la posible relación entre las acusaciones formuladas en “Alianza Oscura”
y los esfuerzos por suprimir las herramientas informáticas que nosotros diseñamos
para que los ciudadanos pudiesen invocar la transparencia de sus gobernantes. Cuestionaba
lo que eso implicaba en cuanto al fraude hipotecario y al uso que pudieran haber hecho
estas mismas redes de las hipotecas del HUD. Inmediatamente después de que
se publicó - el 22 de mayo de 1999 - y de que los integrantes del Comité
de Inteligencia recibieran copias del mismo, el Congreso convocó una serie
de audiencias privadas sobre el Volumen II del informe del Inspector General de la
CIA. En ellas, se escucharon confidencialmente los testimonios del Inspector General
del DOJ, Michael Bromwich, y del Inspector General de la CIA, Brito Snider. [87]
Ese verano, ya se veía claramente el rumbo que estaban tomando los acontecimientos.
En junio de 1999, Richard Grasso, el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York,
viajó a Colombia para visitar a un comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC), con el fin de incitarlo a invertir en el sistema financiero de
EE.UU. Durante su visita, la Oficina General de Contabilidad (GAO) informó
sobre el peso creciente de las FARC en el mercado de la cocaína colombiana.
[88]
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Richard Grasso abrazando a un comandante de las FARC en 1999
- en una vereda rebelde de Colombia - durante el tiempo en que la GAO informaba que
las FARC ejercían una participación mayoritaria en el negocio de la
cocaína en Colombia. (Foto por cortesía de la campaña
LaRouche) |
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A medida que aprendía más sobre el presupuesto oculto y los flujos
de dinero clandestinos que irrigaban la economía estadounidense, también
entendía más detalladamente su trasfondo histórico. Empecé
a atar cabos y a entender que la crueldad de los ataques no se debía exclusivamente
a mis propias actuaciones en Hamilton, sino que también tenía que ver
con la historia de mi familia, mis amigos y mis vecinos. Me di cuenta que estas agresiones
atroces no sólo se relacionaban con mi trabajo en Hamilton, sino también
con problemas que había tenido mi familia, hace tiempo, con personas parecidas
a las descritas, e incluso con las mismas. [88.5] Esto solo sirvió para convencerme
de la necesidad de continuar el juicio hasta llegar al fondo de lo que estaba pasando
y del por qué. En las conocidas palabras de George Santayana, “Quien
no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”. Así,
pasaría años envuelta en litigios, construyendo nuevas redes, y haciendo
el mapeo que necesitaba para poder retomar mi exitosa carrera en la banca de inversión.
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